Me gusta cuando la gente
sueña en mi casa.
Cuando estaciona su mirada
en el silencio
de un corazón abierto.
Entonces callo,
y contemplo
y sonrío
por la posibilidad de ser contagiada
por el optimismo.
La realidad se desmorona
pero por un segundo, no importa.
Todo se salva.
Dios no se mueve.